Paris

La llegada

Veinte kilos sobre la espalda, cinco o seis en el frente y nada… nada más. Un Paris lluvioso, húmedo, mojado. Calles desiertas y no tanto. Avenidas, Boulevares y yo sin saber donde estaba, a donde ir. Paris sin embargo me hospedaba. Sus bancos húmedos me ayudaban. Treinta y uno a la noche, un milenio finalizaba, mientras tanto, por sus calles húmedas, en soledad, erraba. Gentes iban, gentes venían y yo caminaba… De un aeropuerto inmenso y desierto venía. Dieciocho treinta del treinta y uno había llegado, todas, casi todas las ventanillas cerradas. Solo unos cuantos y yo habitábamos aquella inmensidad otrora atestada. Sólo un pobre hombre cuidaba y garantizaba el recorrido de las últimas valijas de aquel milenio sobre una cinta también desierta. Como siempre algunos pocos más ultimando la última limpieza del siglo y del milenio. Como era Francia, primer mundo, quedaba aún una persona más, en la ventanilla de informaciones para ayudar a los pocos nadies que por allí andábamos. Esa persona era mi última esperanza de no estar en ninguna parte aquel día tan especial.  Pero… ¿Qué preguntar? A gatas sabía de donde venía, sin embargo ninguna certeza tenía acerca de dónde iría…El apuro de los preparativos de último momento y la falta de Internet de aquellos años eran la principal causa de mi bello extravío en aquellos remotos lugares. Podía preguntar «-Pour aller a la tour Eiffel s’il vout plait?» Sin duda allí tenía que ir, era mi única promesa terminar e iniciar el siglo, el milenio frente a ella. Pero me sonaba demasiado ridículo para preguntarlo. Sabía que no traía conmigo la dirección del hotel, para el que, de todas maneras no tenía reservas para ese día, por lo que no era para mí en ese momento una preocupación más. Rue Rampon era parte de ella, pero luego comprendí por qué ninguna de las personas a las que pregunté la conocía. La Rue Rampon, bella como todas las de Paris, tenía solo una o dos cuadras en las cercanías de la Place de la République. Asomado en una ventanilla de informaciones pronta a cerrar también pregunto: «-Je doit aller a la garde du Nord…», sin saber muy bien por qué…. El señor me entrega un mapita y me explica muy amablemente que debía tomar el RER, y que por las fiestas ese día y el siguiente todos los transportes eran gratuitos. Sorprendido, extasiado de mi tan preciada libertad, me siento en el vagón junto a los dos o tres más que se encontraban en él y comienzo a husmear desesperadamente en el mapita donde se ubicaba la Tour Eiffel, y como podía hacer para acercarme lo más posible desde esa línea ferroviaria. Compruebo que efectivamente «Garde du Nord» no era el mejor destino para  acercarme a dicha zona. Sin entender demasiado pregunto a unos chicos que se encontraban en el vagón si ese tren llegaba hasta «Port Royal», la estación de esa línea que divisaba como la más cercana. No lo sabían, al igual que yo, pero parecía ser un destino potable de ese recorrido. No estaba mal como puerta de entrada a mi ansiada Paris,  por la que tanto anhelo tenía…

La cercanía de un sueño

Finalmente, a la salida de «Port Royal» respiré su aire, aquello con lo que tanto había soñado…Desde ese momento, al solo ver sus calles, me hechizó por toda la eternidad. Tenía una rara sensación. Frente a mi, los primeros edificios, las primeras calles de la tan amada París. Me embriagaban una mezcla de desolación, soledad, paz y una deliciosa tranquilidad.¡Vagando por París a minutos del cambio de milenio, qué más podía pedir! Un fin de siglo solitario, lleno de paz e inmensa e inabarcable tranquilidad, pero también  desolador se aproximaba. ¡Qué extraña manera de estar cumpliendo un sueño! Una sola lluvia me hubiese recibido y no tendría donde resguardarme. Gente, poca por las calles mojadas, los negocios en su mayoría cerrados y unos pocos cerrando… Unos y otros iban y venían sabiendo donde ir, como llegar. Yo en cambio, errante, no sabía donde estaba ni qué dirección seguir. Solo debía caminar, sin esperar llegar, escogiendo a tientas la decisión correcta, cargado hasta los dientes por delante y por atrás. Parecía dudoso que pudiera seguir mucho tiempo más. Eso me asustaba y deleitaba. La gente miraba extrañada pero no tanto. Un maravilloso sueño, sin ninguna certeza, sin ningún camino certero, con un cielo amenazante, un aire fríamente delicioso y una ciudad que me alojaba en sus bancos o en sus cabinas telefónicas. La hora se aproximaba, pero era imposible que acelerara con los veinte en la espalda y los cinco en el frente. A algunos que andaban por allí les pregunté entonces dónde podría dejar todo eso. La hora avanzaba, el fin del milenio se acercaba. Buscando posible asilo, a una o dos estaciones de metro bajé locamente vacilante. ¿Las cerrarían más tarde?. Resigné llamar al hotel u hotel alguno, ese único día en mil años,  sin duda lugar no tendrían, al menos a mi alcance. Desistí de todo ello y opté por seguir caminando, errando…. No estaba en ningún lugar, ya no me importaba si no llegaba. En alguno de mis intentos fallidos de encontrar lugar en algún hotelucho que cruzaba, me respondieron que no había lugar ni pero me indicaron que podía ir al subsuelo de la estación de MontParnase en donde encontraría al menos un lugar para dejar el equipaje. Ya había pasado por esa maravillosa estación y todo estaba cerrado, sin embargo no había descendido a sus profundidades así que volví a ella. En el «premier etage» se encontraba una amable señorita muy de rojo vestida que apuradamente estaba orientando a los pocos que por allí deambulábamos. Me acompaña a un cartel y Exclama -Ah oui!! La consigne!!  A mis oídos dicho término sonó a «cocina» sin embargo intuía que me había entendido por lo que sin chistar me dirigí hacia donde me había indicado. «- C’est en bas !», indicó amablemente y desapareció rápidamente. Llego al lugar. Extrañas e infernales máquinas me acechaban. No tenía la mínima idea de como operar semejantes cosas que no había visto en mi vida!!! Las pocas personas que intentaban librar su batalla parecían estar igual o más desconcertados que yo. Traté de hacer mi propia experiencia. Cerré uno de ellos vacíos  para probar, ya que dichas horribles y voraces cajas de chapa podían devorar las pocas cosas que me acompañaban e incrementar enormemente mi desolación y desamparo. Luego de esperar algunos segundos en donde no introduje ninguna moneda de las que el aparato esperaba ansiosamente solo se volvió a abrir. Ya en confianza con el voraz aparato me animé a confiarle mi pesada mochila. Cuando la logré colocar toda adentro pensé: «- Ahi va mi vida…» Coloqué una a una las tres única monedas de diez francos que había recibido como cambio de la compra de una tarjeta telefónica y suspiré tranquilo cuando el horrendo aparato escupió un papel que al menos podía disponer como comprobante. La experiencia de dejar allí casi todos los objetos de que disponía mi vida en aquellas lejanías fue grandiosa. Al salir de la bella y grande Montparnasse el panorama era otro. La calle comenzaba a llenarse de gente que parecía ir toda al mismo lugar, en el mismo sentido. Me sumé como otros tantos a la caminata y tímidamente pregunté si nos dirigíamos a la Tour Eiffel. «- Oui, oui, c’est par cette voie».

El sueño

Lleno de sensaciones nuevas y desconocidas, de pronto, a lo lejos, por detrás de los hermosos edificios bellamente iluminados apareció ella, aún más hermosa, imponente, inmutable, como esperando…

Mirarla era como estar conversando con ella, pero no tenía palabras para decirle. Algo me llenaba por dentro y me rodeaba, no podía, perplejo, dejar de mirarla. Es como si allí hubiese comprendido de golpe donde estaba, en la ciudad más bella del mundo. Luego de un momento en que desapareció, al vuelta de una esquina, volvió a cegarme con su inmenso esplendor. Cada vez más cerca, cada vez más hermosa, cada vez más grande. Mole de hierro que inexplicablemente moviliza las pasiones más extrañas. Eran las once de la noche, faltaba poco más de una hora para el momento esperado. ¿Qué pasaría entonces? No me importaba, sentía que había vivido, que había tenido un sueño y lo estaba realizando. Acomodado para una buena visión, había llegado temprano, los fuegos de artificio comenzaron y la gente clamó. Impresionante, la plaza repleta de personas que intentaban mantenerse en pie en medio de tan barroso pantano. En los saltos nos enterrábamos en el pegajoso y resbaladizo fango, pero hasta eso disfrutábamos. Por momentos, la torre entera estallaba y desaparecía tras la incandescencia de los fuegos. El espectáculo era simplemente grandioso. Ascendían los fuegos y aumentaban los colores y las formas tras la densa humareda. Luego del estallido más luminoso y estruendoso, la torre toda comenzó a destellar anunciando el fin…Parecía haber quedado toda encendida por detrás de los pocos destellos que aún persistían.

La soledad, la paz

La gente comenzaba a retirarse. Una frase se repetía por doquier «-Bonne Année, Bonne Année «. Grupos de gente, sin otra coincidencia de ocupar un lugar espacial cercano, se abrazaban y abrazaban a todo el que se acercara. A medida que pasaba el tiempo la concentración disminuía. Atiné a alejarme del lugar, pero… ¿A dónde iría?  No tenía ya otro destino, como desde mi llegada, Paris me invitaba en sus bancos a alojarme, pero en este caso únicamente en su respaldo, ya que su base de asiento se encontraba completamente mimetizada con el pantano en el que se encontraban emplazados. Me senté allí, alternando miradas a la nada con miradas dirigidas a su inmensa intensidad, más bella de lo que había imaginado, vestida con sus doradas luces y plateados flashes. Sobre la punta más alta un enorme y blanco rayo luminoso giraba iluminando la noche y el cielo. Éramos unos cuantos admirándola, amándola, disfrutándola. Gente de lo más rara pululaba por doquier. Quizás, sin dudas yo sería otro más de esos raros seres que allí habían decido dejar un milenio y comenzar el siguiente. Por mil años dicho espectáculo no se repetiría, el cambio de siglo, el cambio de milenio, todo junto y ella allí, imponente… Unos bailando, otros fumando, casi todos tomando, algunos caminando y muchos admirando perplejos. Estaba solo, completamente solo con un montón de gente a mi alrededor, pero solo, hermosamente solo y tranquilo. Una rara mezcla de nostalgia y paz por dentro me llenaba. Nostalgia, tristeza, alegría y paz, por sobre todas las cosas una extraña paz. Estaba solo, conmigo mismo, y una enorme paz. Estaba en silencio conmigo mismo escuchándome…

 

 

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