Notas impensadas sobre una poliética decolonial

Autocentramiento y egoísmo colectivo. Androcentrismo. No otra cosa el ejercicio de poder moderno-colonial sobre los cuerpos-territorios. Un solo ego es el espacio en relaciones masculinistas. Narcisismo que define el color de la relación y su estar en el mundo. La sociopatía y la indiferencia como modo de no-relación. El cierre del cuerpo al otro y al mundo, la devastación subjetiva.

Compañeras y compañeres enmascarándose en sociedades profesionales, invadidas también, de lo tóxico-colonial naturalizado. Una pseudo relación con las otras personas, relación consigo mismo. Razón unica que domina,  corrompe, posee… Aceleración… Hegemonía…Ninguna transigencia, ninguna utopía, solo ego imperial. Ninguna navegación intergaláctica entre formas diversas de existir, de vivir. –Yo, defino… Ningún pensamiento o conocimiento-otro. Lo otro de mí… Invisibilización, racialización, segregación, discriminación, devastación subjetiva, naturaleza.

Monológica intervencionista masculinista, misógina, homo-trans-travesti-fóbica que opone la razón a la naturaleza que tendría el deber ético de someterse a sus caprichos.

Algoritmos, la última forma del colonialismo imperial viril, máquinas creadas por hombres ladinos, a su imagen y semejanza, hacen de nuestras vidas y nuestros cuerpos-territorio minería a cielo abierto. Minería que requiere a los no-sujetos del mundo como datos brutos a ser procesados en, mega centros de cómputos que chupan-se la energía, que no solo abducen y enrarecen el ser en el mundo desmaterializado y moldeado desde la farmaco-porno-tecno-biopolítica. Máxima penetración y control de los cuerpos como ni siquiera pudiese haber imaginado Foucault.

¡¡Que halla una potencia anquilosada que ya no pueda avanzar sobre la desestabilización del poder!! Las producciones deben ser repeticiones o no ser, lo creativo destruye al poder que osa mantenerse por el sometimiento de las compañeras y compañeres feminizados, desubjetivados, subalternizados. Sometidas las cuerpas, muerta la subjetividad y su potencia, la creación misma de lo humano. En su lugar, cuerpos industriales, producidos por algoritmos,  fotografías dejan de ser reflexión de la luz para tornarse construcción algorítmica de objetos de consumo, realidades que devoran y degradan, la vida, las emociones, lo humano a no ser más que energía para la reproducción de la realidad no-humana, monoética, unireferencial. Solo energía, al igual que los candangos que soportan los cimientos en Brasilia, suben barcos en el canal de Panamá o sustentan las pesadas rocas de las pirámides. Progreso a costa de lo humano, la vida y sus cuerpas

Dormimos para garantizar la subsistencia de la industria del clonazepam, cogemos para garantizar la subsistencia de la industria del porno, definimos la relación sexual por la erección para garantizar la eternización de las ganancias de la industrialización del azar del sildenafilo. La razón industrial imperial omnipresente en una vida maquínica y de destrucción.

Somos cuerpas-no-vida conquistadas por la industria y la técnica imperial. Alejarnos de la vida humana tanto como sea posible. Nuestras manos en las pantallas y en el cuarto oscuro son manejadas magistralmente desde los hilos de las pseudo redes pseudo sociales. Ser o existir se limitan a energía para las máquinas que hacen el mundo calculable. Retroalimentación infinita sin otro avance que el de las máquinas y la técnica, a costa del retroceso de lo humano. Ilusión y convencimiento que estamos condenados al mundo en que vivimos.

Vidas-materia-prima para el procesamiento de la economía de plataformas. Un mundo en donde las criaturas humanas no sean más que un procesamiento colateral de residuos a fin de mantener funcionando un cuerpo biológico pegado a las pantallas garantizando con su energía, ¡vida eterna a las plataformas!…

Sustentabilidad de la producción inversamente proporcional a la devastación subjetiva de la potencia por el poder y la dominación capilarizada de cuerpas y territorios.

Te saco del mundo, no sos más que un objeto de este sujeto trascendental masculino, te convenzo que no sos el mundo, la realidad en si, solo sos un objeto y de mí dependés… Ninguna otra lógica, más que la mía, esa es la ética…

Lo horizontal-colectivo sometido por lo vertical-masculino. Hombre blanco, occidental, ilustrado, propietario… con el derecho sobre el resto, la naturaleza. Arquitecturas de razón única que aseguran el alejamiento de alguna posible instancia de subjetivación.

Auto-vigilancia, subjetividad mutilada por la autodefensa, el miedo. Resistencia-mujer a ser arrasada. Nuestra producción no depende de tu cuerpo viril, tu virilidad ilusoria que ponés por delante, como carta de presentación, obturando, ocultando tu humanidad vulnerable, que necesita de otres tanto como cualquiera. Virilidad ocultando tu feura sádica y controladora. Vos no sos el mundo, sos una nada más que no puede llegar a existir.

Danzar, cantar, bailar no es folclore, no es espectáculo, es vida-mundo y relación con las demás personas y el nosotros-mundo-tierra cuyo ser compartimos. El agua que sale de nuestros cuerpos exhaustos de placer, que vuelve al mundo y del mundo tomamos por instantes relanzados, en un ciclo que quizás no sea infinito, pero sin duda virtuoso.

La dominación masculinista no-es-sin la imperial. Nuestra colectiva rizomática no puede sino ser sustentable. Ningún lugar para la virilidad imperial, que no es vida conjunta de lo múltiple y diverso, sino dominación de lo Uno. Una ecología ambiental poliética tiene lugar para todo, menos para lo Uno separado y falsamente privilegiado por las armas y el horizonte de la guerra.

El mundo no es eso que nos proponés como civilización. No somos, no hemos sido, nunca seremos barbarie. Seguiremos siendo, siempre siendo, en todo caso resistencia colectiva, caminando descalzas por estas tierras en donde la sangre de aquellas pueblas aún brota y nos mancha, a quienes no somos insensibles a los gritos en eco, que aún escuchamos de aquel genocidio.

¡¡No!! No son tuyas nuestras cuerpas-territorios. Desestabilizamos tu insensibilidad perversa desde nuestra sensibilidad al dolor, al sufrimiento, engendrado desde siempre por el conquistador-violador, y repetido en cada acto, este sí de barbarie, que día a día se sucede por doquier, a la vista de todos, pero que nadie quiere ver.

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