El surco

El surco

Días,lejanos en el 6 de Julio, espectrales presencias ancestrales me aguardaban, algunas de ellas, atrapadas en aquel pozo que quizás hoy, ya no exista, aguardando quizás, ser liberadas hacia un destino que podría no haber ocurrido. Un encuentro, tres rutas, meandros de lazos eternos: Teatro, Arte Marcial, lo Queer. ¿Quién podría pensar intersección semejante? Corrían aquellos años. El mundo comenzaba a abrirse. Los desgarrantes alaridos fantasmas de los torturados silenciados por el tiempo, contrastaban con las voces amorosas de los artistas. El susurro protector y constante de mi abuelo quizás desde las inmensas profundidades de un escenario de nunca jamás, me cuidaba. Todas ellas repercutían estallando a veces, produciendo ecos silenciosos y armoniosos otras, en mi cabeza, generando placeres, heridas, marcas, múltiples, desconocidas horrorosas algunas y maravillosas otras en mi cuerpo. La voz de Guillermo, inconfundible, inolvidable, hacedora de tatuajes indelebles, profundos, en la corporalidad de quién sabe cuántos teatristas. La de Ana, identificada treinta años después en un teléfono que podría no haber funcionado, o dejado de existir, como si el tiempo simultáneamente se detuviera y relanzara en un inexplicable movimiento de vidas que desde siempre estarían indisolublemente ligadas. Adrián, Nestor, Ivana los más cercanos avanzaban como una orquesta eternamente armoniosa, distante y para siempre amada. ¡Qué cambia! ¿¡ Qué no cambia !? Algo permanece, resiste. Cómo el Capital, en su edición de arroz, pudo sobreponerse a los más terribles miedos en mi familia, el amor de aquellos años, cuán huella indeleble, para toda la eternidad, ha marcado mi vida para siempre, por siempre. Ese olor inconfundible, cuándo hace un tiempo ingresaba nuevamente para sentir el microteatro Pedro Barbero. En vecindad con el recuerdo del olor y de los placeres de aquellas noches, también en la Casona. Ese olor, que anunciaba a mi espíritu el ingreso hacia portales de un Nuevo Mundo, de muchos nuevos Mundos. Ese vivir en simultáneas existencias, de una adolescencia que despegaba. La foto de la Comedia… , volver a sentir en la inmersión en esa imagen, los mismos afectos, los mismos sentimientos, el mismo amor…Algunos dejan un surco decía Guillermo, algunos estamos irreversiblemente enlazados por ese empuje común de nuestras vidas. Ayer, hoy, treinta años, es lo mismo. ¿Qué núcleos desconocidos de historias entrelazan las vidas de mujeres, hombres y demás que en el mundo una vez y quizás eternamente se encuentran?. Aquella cena, en donde como siempre en aquellos tiempos, como nunca en el resto de mi historia, escuchábamos atónitos el texto en esa voz que esculpe al teatrista en el humano. Las imágenes aparecían, nos veíamos todos, otra vez en escena. ¿Qué cambia? ¿Qué persiste? Era en lo de Ramón, pero era un fuera de tiempo y espacio. Como estar en la Casona, o en el teatro con sus susurros acallados y nuestras imaginaciones de la mano entre ellas, sobrevolando muy cerca de nuestras cabezas y conmoviendo la profundidad de nuestros cuerpos. Una hermosa incertidumbre de ser todos y cada uno, sin fijezas, sin certezas. Cualquiera de nosotros en el fragmento más minúsculo evocaría la totalidad del texto por detrás del cual se erigen nuestras vidas que se encuentran en esos núcleos desconocidos que moebianamente nos unen y separan. Recuerdos sin cesar emergen…, aquel piano de cola en cuya tapa cierta vez me relajaba pero que irresistiblemente me absorbía hacia su interior más lejano, del cuál no podría salir hasta que esa voz, una vez, me trajo de vuelta. ¿Sería aquel muerto que cuentan las leyendas fue sacado de escena en ella? ¿Tendrá entre sus cuerdas su residencia eterna desde donde me llamaba? Siempre disfruté, adentrarme primero en el teatro, con las luces apagadas, saludarme en el temor con aquellos míticos fantasmas que las leyendas del pueblo habían tejido en sus años de existencia. Subir aquellos anchos pasillos, bajar a su inframundo en el salón que abría sus puertas a lo que otrora fue un taller de cerámica, recorrer esos viejos espacios sintiendo sus paredes, sus techos, viviendo su historia, sus horrores, sus laberínticas dependencias, hasta evocando los pocos acordes que alguna vez he tocado en flauta dulce. Llegar al teatro sentarnos en esas viejas butacas, encender el ensordecedor aire que levantaba telones, esas bambalinas que comunicaban al precario camerino en el que alguna vez me han maquillado. Ese telón de foro por detrás del cual alguna vez he corrido o me he cambiado. Recuerdos indelebles que han marcado de una vez y por siempre mi espíritu y mi vida.

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