La simplicidad del punitivismo y la crueldad de los algoritmos

universo punitivistaAnte la espantosa realidad de actos de violencia perpetrados hacia personas por motivos de género, la primera reacción a la que solemos sucumbir es considerar a la persona agresora, usualmente autopercibida varón, que es alguien desviado, perverso, que no es capaz de vivir en sociedad, que merece castigo y no hay nada que hacer por él. Esta visión  resulta un tanto simple, y des-responsabiliza a la sociedad respecto del acto violento. En esta visión es clara la influencia del paradigma organicista-romántico del siglo XIX sobre el que Haraway advertía:  el «agente» la «agencia activa» es siempre un «organismo» individual. Es decir un individuo aislado que  autónomamente reacciona con violencia. Las disciplinas bio-políticas como la psicología dirán que posee una «agresión natural» ligada a su «sexo», que actúa de una manera incompatible con la convivencia social, o hablarán de pulsiones agresivas, de perversión, o de odio, según las diferentes líneas a las que se pueda adherir. En algunos casos, con suerte, dirán que ha «aprendido» la violencia en las condiciones más inusitadas.

La violencia por motivos de género es un problema complejo, que debe analizarse desde perspectivas menos reduccionistas. Considerar que hay personas «desviadas», incapaces de vivir en una sociedad que sería «buena» sin esos indeseables, evita reflexionar acerca de cómo, desde la sociedad, desde  las instituciones, desde cada uno de los grupos en los que nos movemos legitimamos y consolidamos la violencia. Nos articulamos sin notarlo en mandatos, suposiciones y naturalizaciones que requieren de un trabajo complejo para encontrar cómo estos mandatos y estereotipos consolidan las asimetrías de poder. Hemos crecido en generaciones donde «Me gustas cuando callas, porque estás como ausente, / me oyes desde lejos y mi voz no te toca/ …Como todas las cosas están llenas de mi alma/ emerges de las cosas, llena del alma mía./ …Eres como la noche, callada y constelada./ Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. » era considerado a-críticamente el elixir de la belleza (Neruda, Poema XV). Es atroz que el ideal del belleza en que se ha cultivado nuestra alma amorosa tenga en su base a la mujer como calladita, sencilla, en silencio, constelada por el hombre y llena de su alma. Ir más allá de las lindas palabras y el eslogan requiere algún pequeño recorrido de pensamiento, de tiempo, de vida, pero el punitivismo es siempre más simple, básico, inmediato.

En el municipio de Campana se creó hace unos años el primer dispositivo de atención a varones que ejercen violencia hacia la pareja, simplemente cumpliendo con la Ley 26485 que lo establece. El objetivo de estos dispositivos es minimizar el riesgo de las personas sobrevivientes de maltrato por motivos de género como parte de la atención integral. Es decir el objetivo no está directamente en los participantes, sino que se trata de destejer las tramas, las representaciones subjetivas que condicionan la violencia por motivos de género con el fin de complementar la protección trabajando con el otro lado. Cuando se conformó el equipo recibimos por parte de algunas colectivas una crítica desaforada. Los argumentos en general estaban asociados a una perspectiva punitivista: Los violentos no cambian, que los metan presos y ya. Basta de derechos para los violentos. La crítica no dejaba lugar a ninguna evaluación adicional, que pudiese al menos revisar si puede cambiar. La afirmación universal sin constatación es: son todos iguales.

Angela Davis, en la conferencia brindada en Universidad Federal de Bahía «Atravessando o tempo e construindo o futuro da luta contra o racismo» expresa

«¿Cuánto de transformador hay en mandar a alguien que ha cometido violencia contra una mujer a una institución que produce y reproduce la violencia?».

«Las personas salen aún más violentas de la cárcel. Adoptar el encarcelamiento para solucionar problemas como la violencia de género reproduce la violencia que tratamos de erradicar»

En su texto ¿ Son obsoletas las prisiones? (2017) se discute la idea transmedialmente narrada en nuestros días de sumar años de pena, crear más figuras punitivas; es decir de resolver los problemas sociales a través de mano dura, armas y cárcel. Es interesante, habiendo sido ella misma encarcelada y perseguida, la visión que ha construido sobre el Complejo Industrial Carcelario. Cuenta no sólo que los varones encarcelados salen peor, sino que evidencia que el sistema de rehabilitación de mujeres encerradas de los regímenes de Alderson era extremadamente violento, estaba dirigido a asimilar comportamientos femeninos correctos, la sumisión, el cuidado doméstico. Lo que en mujeres ricas y blancas se orientaba a producir mejores esposas y madres, en las mujeres pobres y negras estaba orientado a producir personal doméstico calificado (ibid, pp. 75-76).

A partir de los estudios de Gilmore describe que la expansión carcelaria de California obedeció mucho más a necesidades económicas de una zona arrasada por la migración de corporaciones que a cuestiones de «seguridad». La prisión, desde su punto de vista, funciona como un sitio abstracto, depósito de personas «indeseables», «desechables» y alivia la responsabilidad de reflexionar seriamente acerca de los problemas que aquejan a las comunidades, justamente más vulneradas y más pasibles de ser encarceladas. Es decir, el trabajo ideológico de la prisión enunciado en general como «hechos» desde una supuesta no-ideologia– nos exime de comprometernos con problemas de difícil resolución como la violencia por motivos de género o el arrasamiento de las comunidades riquezas y territorios operado por el tecno-capitalismo global. Proponer soluciones ilusorias que requieren cortos recorridos de pensamiento, en conexión directa con las emociones y el narcisismo de las pequeñas diferencias es dramáticamente simple. La falacia incuestionada que equipara «arrestos» a «seguridad» está en la base del despertar el odio de las personas, el escrache y el señalamiento de culpables malignos a ser «encerrados» por no poder convivir en la sociedad buena de la que formo parte.

Frente a estas soluciones reduccionistas y simplistas, el paradigma cibernético de posguerra del que Haraway da cuenta implica mirar la realidad de un modo sistémico. Lo que otrora se consideraba como «organismo», «individuo» o «sujeto psicológico» es un sistema más entre los que se intercambian mensajes. Cada persona, cada ilusoria «prosumidora», es un simple nodo en las matrices de unas pocas corporaciones globalizadas y centralizadas que se venden a sí mismas como «pseudo-redes» «pseudo-sociales» con fines filantrópicos. Desde esta perspectiva, la violencia por motivos género está mucho más relacionada con los «mensajes» de la socialización de género que con características individuales o biológicas de las personas. En nuestra era, la socialización de género antaño reservada a las familias y las instituciones, se ve fuertemente apoyada y legitimada por las tecnologías de la información y comunicación (TIC). Las mismas, a través de su ejercicio de la crueldad, afectan a todas las personas del mundo, aún las que ni siquiera tienen conectividad o dispositivos tecnológicos.

sociedad desvastada por los bits

La crueldad del sistema es vehiculizada por los algoritmos de IA a través de los cuales forzadamente estamos conectados a enormes repositorios de big-data excede a borbotones la supuesta neutralidad de los bits. Los algoritmos actúan en la más absoluta oscuridad, una negrura que lo invade todo invisibilizándose ella misma. Nuestra vida se encuentra a merced de oscuros algoritmos, diseñados para ocultarse. Por ejemplo creemos que las «reacciones» (likes y similares) son «interacciones sociales» entre las personas. La realidad es que dichas interacciones son mucho más importantes para la economía de plataformas [1] que para las relaciones entre personas. No son interacciones «sociales» entre las personas, son interacciones con las plataformas a ser leídas desde sus algoritmos de IA. No son otra cosa que el alimento, a costa de energía humana, de los repositorios de big-data de las corporaciones que determinan nuestras vidas. Son útiles para, desde las plataformas,  «conocernos» mejor, de manera de poder indicarnos cuales son nuestros mayores «deseos» e introducirnos en cada vez más herméticas «cámaras de eco»[2].

Resulta interesante en esta línea el estudio de las tecnologías aplicadas que realiza O’Neil (2018) respecto del uso de software IA. La novela «Minority reports» de Dick, para «prevenir» el crimen y mejorar la «seguridad», ha dejado de ser una ficción. Cuando a sistemas como PredPol creado por la UCLA  explícitamente considerados «neutrales, ciegos a la raza y la etnia» se le suman los delitos leves, se produce una situación muy paradójica. La policía irá a barrios más empobrecidos, producirá más detenciones, lo que hará que «haya» más delitos que requieren más policías. Los algoritmos predictivos de IA entrenados con big-data, de manera cada vez más frecuente y precisa, intervienen en nuestra realidad: generan profecías que se autocumplen y por ende confirman lo sesgos desde los cuales son generados. De la misma manera, gracias a bucles de retroalimentación, se llenan las prisiones de personas pobres, negras o hispanas. El elevado número de arrestos confirmará la tesis de que las personas pobres son las únicas responsables de sus problemas y que cometen la mayoría de los delitos, tesis a partir de la cual fueron generados los mismos algoritmos destinados a «mejorar» la seguridad. Las personas borrachas y adictas en situación de vulnerabilidad, se quedarán en sus esquinas esperando a ser detenidas, los ladrones más graves y delitos mejor planificados, viendo policías rondar los cuadrantes marcados como «de alta delictividad» buscaran cuadrantes vaciados de policías por el mismo algoritmo. El mapa de la delincuencia generado por sistemas como PredPol cuando se aplica a delitos leves, lo que traza finalmente es un mapa bastante preciso de la pobreza y la vulnerabilidad. La policía históricamente ha  dirigido su atención a los pobres, ahora, los científicos de datos ayudan a fijar el statu quo a través de modelos «validados científicamente» cuya influencia en nuestras vidas es cada vez mayor. Ahora se puede criminalizar a la pobreza de manera justa y «científica».

«Los Modelos matemáticos ampliamente utilizados —basados en prejuicios, malentendidos y parcialidad— con sus desalentadores algoritmos que rigen todos los aspectos de nuestras vidas tienden a castigar a los pobres y recompensar a los ricos.» (CORY DOCTOROW citada por O’Neil)

Ahora sí a partir de métodos «científicos», el Complejo Industrial Carcelario, se asegura funcionar en plena capacidad, asegurando, más que beneficios en la seguridad, beneficios económicos para las empresas privadas de la Industria Carcelaria: alrededor de 5000 millones de presupuesto del Estado en EEUU (O’Neil).

justicia y prisión

En contrario a esta idea, el exhaustivo estudio no publicado ¿Por que será? de Mueller-Smith concluye de manera lapidaria respecto de los beneficios para la sociedad de una Justicia centrada en el encarcelamiento: condujo a una mayor criminalidad luego del reingreso. Esto hace dudar de la otra tesis incomprobada acerca de que los costos asociados a la criminalidad disminuyen proporcionalmente al tiempo en que los «delincuentes» son encerrados.

Los efectos sobre el empleo son letales para alguien con antecedentes de prisión aunque sea por delitos menores. Los ingresos y las prestaciones sociales hacia las familias de la persona involucrada implican mayores costes para el Estado por la falta de autonomía económica y aumento de la vulnerabilidad. Las menores tasas de matrimonio y el aumento de divorcios para quienes han salido de prisión implican un mayor aislamiento social junto con falta de autonomía económica y, por ende, una mayor tendencia a la reincidencia. Es dudoso que el encarcelamiento masivo de «delincuentes» de bajo riesgo mejore el bienestar general de la sociedad. Distinta es la situación si se dedica inversión a políticas de prevención a través de la disminución de la vulnerabilidad social, el mejoramiento de las redes de contención sociales y el aumento de la dignidad de las personas desde una visión colaborativa y comunitaria, por contraposición al individualismo llano del punitivismo.

 

Notas:

[1]: “Economía de plataformas” es un término acrítico acuñado en 2016 por Kenney y Zysman, se refiere a la economía generada por un pequeño grupo de organizaciones cuyo modelo de negocio está basado en transacciones dinamizadas a través de procesamiento de datos, consolidadas a nivel global y que con sus dinámicas modifican a la economía en su conjunto. Las plataformas creadas por ellas son un insumo tecnológico basada en un contexto de big-data. Otros autores han denominado a este tipo de economías como capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018) o capitalismo de vigilancia (Zuboff, 2019)

[2] Se denominan así a los algoritmos que “personalizan” los contenidos que “nos” muestran las pseudo-redes pseudo-sociales de manera repetitiva y sesgada, aumentando y reforzando ideas o creencias afines y apetecibles. Contenido con el que no solo la persona se siente totalmente identificada, sino que cree que es la realidad objetiva en la que vive.

Referencias:

Davis, A. (2017). ¿ Son obsoletas las prisiones. Córdoba: Bocavulvaria ediciones.

Kenney, M., & Zysman, J. (2016). The rise of the platform economy. Issues in science and technology, 32(3), 61.

Mueller-Smith, M. (2015). The criminal and labor market impacts of incarceration. Unpublished working paper, 18.

O’Neil, C. (2018). Armas de destrucción matemática: cómo el big data aumenta la desigualdad y amenaza la democracia. Capitán Swing Libros. Cap 5

Srnicek, N., & Giacometti, A. (2018). Capitalismo de plataformas.

Zuboff S. (2019). The age of surveillance capitalism : the fight for a human future at the new frontier of power. New York: Profile books

 

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