Vivir, la vida, el amor…un 24

24 de Marzo 2024, marcha por la memoria, la verdad y la justicia. Pasaron cosas, dejamos que nos pasen, amamos vivir.

Nuestro mundo occidental, el 10 de Diciembre de 1948 promulga la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De su preámbulo:

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana,

Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias,

Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres; y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, (ONU, 1948)

Algo tan simple y tan elemental como vivir y amar,  en nuestro intelecto aún hoy no lo hemos podido asimilar. Por eso tenemos que estar.

Somos un mar de fueguitos, vistos desde lo alto. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende...(Galeano, 1989, p. 5)

Arder la vida con respeto, honrar a las personas que no están, pero también vivir con pasión bregando por un futuro. Los abrazos iban y venían, los besos, el amor o simplemente conectar. Sentir que el universo se simplificaba en cada trenzar de energías en puntos de masa infinitamente grande -¿Ves..? si no es tan complejo, es simplemente así… Dejarse llevar…

De Mostris, con amor… Ya estábamos allí.

Criaturas del devenir, besos y abrazos apasionados prometidos a un mundo que se empecina en no ver. Que en el vivir del amor, la propiedad aunque sea un derecho humano no necesariamente aplica y cuando aplica…. dejamos de querer.

Miradas, roces, sensaciones . Un permitirse lo más sano, lo más hermoso…  Ojos anticipan  bocas,  bocas anticipan cuerpos, brazos aglutinan masas de manera densa y eterna.

La gente, por doquier. Piruetas en que cuerpos se funden en un abrazo feliz, instantáneo y eterno tornasolaban el andar. Profundo sentir en donde el sistema trastabilla en el error que permanece y no cesa: el amor. -Si… podemos ¿no es tan difícil no? . Además se siente tan bien…

La eternidad de besos y abrazos opacados surgían de las tierras de esa plaza como cristalinos torrentes de lo profundo de la tierra, salpicando sus frescuras. Desde sus pliegues el universo nos observaba…, desde sus hoyos de gusanos, lo contemplábamos en la eternidad de toda su extensión y disfrutábamos de su clamor. -¿La humanidad toda no lo ha hecho alguna vez? ¿Por qué en nuestro empecinado vivir con las cosas, nos hemos olvidado de vivir?

Ideales anacrónicos, desterrados, intencionalmente desarmados. Destruidos. Insensibilidad próxima a no ser sino energía para alimentar máquinas endemoniadas,  algoritmos, repositorios de bigdata. Nuestra humanidad finalmente desterrada. El sujeto neuro-psicológico  realizado en su irrealización más radical, de ahora en más irreversible. Antiamor en donde una persona se representa por sus propiedades, y otras por ser propiedad de otros.

La era de máxima desconexión nos encuentra desarmados, desunidos, desconcertados y engañados por una ilusoria conexión que nada tiene que ver con el amor. Las IA no son capaces de vivirlo, nos incitan por otros caminos que les son más calculables, pero caminos en que la vida tornase no otra que una vida de máquinas. –Ante el encuentro humano… debemos elegir «nuestras» pantallas. Las hemos comprado para garantizar nuestra felicidad.

Desencuentros que no son error sino intención,  abruman. La declaración algorítmica de lo antibello en su máximo su esplendor. Lo bello en la vida, en el real encuentro de los cuerpos,  desaparecido definitivamente en su propiedad.

Perdido por siempre el derecho a la imperfección, a nuestra mirada y nuestro sentir, a mirarnos, a vivir en el otro real y a abrazarnos en singularidades amorosamente densísimas del estar ahí. El deber de no ser sino en los algoritmos, oscurece. Oscurece y vacía nuestras vidas llenándolas de objetos intrascendentes y desechables, que nunca jamás nos llevarán al amor. Bendito sea el error que recupera, en la contingencia, nuestra humanidad.

Nuestro ser se engrandece en cosas, degradándose perdiendo la capacidad de sentir. ¿Qué sentir? es ese sentir que vivimos y queremos volver a vivir -¿Habrá sido? ¿Será de nuevo? ¿No lo escuchás en lo más profundo de nuestros cuerpos siendo unos con el Cosmos?

Encontrarnos en nuestras miradas, amarnos en nuestras imperfecciones y allí, en el amor apasionado, sentir que no somos máquina ni hegemonía… Que nuestros cuerpos están y tienen afección y pasión por lo imperfecto, por lo impredecible, por lo no algorítmico.

Que vivimos en la mano que acaricia azarozamente, en el beso que fusiona los cuerpos en conexión inusitada, en la mirada innumerable que ama y se deja ser amada en su multiplicidad. En la voz compartida que penetra y nos hace juntos en la admiración de lo bello. En el compartir nuestras caricias. En la música que en su reberberar de armónicas nos conecta en nuestro sentir.

La imperfección que se escapa y permite conectar. Lo no calculable. La singularidad que destruye al algoritmo. Un lugar, pequeños mundo lleno de imperfecciones que enaltencen el amor, sintiendo, en el placer de compartir.

Voces, múltiples hacen una en el curso de un texto. Recorrer vívido los laberintos de la belleza a que esas voces dan vida, multiplican y hacen existir en la diversidad de sentires. Botellas, vasos, copas, un compartir el no-ser, en pos de una construcción colectiva. Diversidad de relatares en una corriente que nos lleva a sentir lo que deviene vida. Otra vez las manos, lo besos, los abrazos, los cuerpos… – Estamos tan bien aquí. ¡Si el mundo pudiera ver nuestras miradas, sentir nuestras manos, nuestros labios,  haciéndonos…!

 

 

Referencias:

de Derechos Humanos, D. U. (1948). Declaración Universal de los Derechos humanos. Asamblea General de las Naciones Unidas, 10.

Galeano, E. (1989). El libro de los abrazos.  ePub.

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